
Mi padre murió. Me he comprado su perfume, pero ya no huele igual. Otro adiós”: el duelo por los olores desaparecidos
Share
El olfato es el sentido que deja una huella más profunda en nuestra memoria. Por eso cuando un perfume se descontinúa surge un inevitable sentimiento de orfandad
Las redes sociales muchas veces hastían, otras, encabronan. Pero también tienen la capacidad de emocionar hasta el tuétano. Es lo que pasó con una reciente publicación en X donde Juan Mas (@juan_mas) confesaba a corazón abierto el dolor por haber perdido a su padre dos veces. La primera, cuando murió. La segunda, cuando se terminó el frasco de Esencia de Loewe, la fragancia que siempre usaba el hombre que le había dado la vida. El relato, sencillo y humilde, atrapa el alma: “Cuando murió me quedé su frasco, y lo había estado dosificando hasta que se acabó hace poco. Ayer compré uno nuevo, pero la han reformulado. Ya no huele igual, ni huele a él. Otro adiós, supongo”. “Cómo te entiendo, Juan… A veces, cuando paso por algún stand con perfumes, me acerco a oler el que usaban mi madre y mi hermana. Hay fragancias que impregnan la memoria y el corazón y nunca se olvidan…”, le contestó una usuaria. Otros, se ofrecieron a hacerle llegar frascos de esa fragancia de Loewe que todavía atesoran.
Mi padre usaba Esencia de Loewe. Cuando murió me quedé su frasco, y lo había estado dosificando hasta que se acabó hace poco. Ayer compré uno nuevo, pero la han reformulado. Ya no huele igual, ni huele a él. Otro adiós, supongo.
— Juan Mas (@juan_mas) April 10, 2025
Si en algo coinciden los neurólogos, los otorrinos y los perfumistas es que los aromas nos dejan una huella mucho más profunda que otros sentidos. “Cada uno de nosotros tiene un olor único. Este aroma es el resultado de distintos procesos químicos que suceden en nuestro cuerpo dependiendo de nuestro microbioma y nuestra alimentación”, explica la bióloga Laura López-Mascaraque, académica de Mérito y Sillón Orquídea de la Academia del Perfume e investigadora del Científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Porque nuestra piel viene a ser un enorme resort de lujo donde coexisten un millón de bacterias por centímetro cuadrado. Ese ejército de bacterias variadas se dedica a descomponer las distintas sustancias que pasan por nuestra piel, desde el sudor a nuestra fragancia favorita. Al descomponerlas se generan moléculas distintas y en porcentajes variables de una persona a otra. Es lo que hace que cada persona tenga un olor particular, algo así como una huella digital olfativa. Por eso tu jersey de punto huele distinto al de tu mejor amiga, aunque ambas uséis el mismo perfume. Es la puerta de entrada a un universo invisible de emociones y recuerdos intensos a través del olfato.
Huérfanos de una fragancia
En los primeros versos de Lichtenberg, el poeta indio Rudjard Kipling expresa que “los olores pueden mover las fibras del corazón con más firmeza que los sonidos o las imágenes”. Sabiendo cómo funcionan las sensaciones olfativas, resulta fácil empatizar con el tuitero que abría este artículo. Constatar que el perfume de su padre ya no se fabrica tal como lo recordaba cae como un disparo a bocajarro en lo más profundo del alma. Una sensación orfandad que se repite cada vez que una marca deja de producir una determinada fragancia, lo que en el argot se conoce como ‘discontinuar’. Surge una desazón implacable que lleva a peinar perfumerías en busca de las últimas unidades y a rastrear con auténtica ansiedad tiendas de segunda mano por si hay suerte.
Pero la industria del perfume vive de innovar, de sorprender cada año con nuevos lanzamientos que capturen elzeitgeist de cada temporada. “A veces los cambios en la formulación responden a cambios en la regulación y a que algunos ingredientes dejan de estar permitidos. El perfumista intenta que los retoques sean mínimos, casi imperceptibles, pero es inevitable que haya cambios a lo largo de los años”, señala Luis Sans, director de la emblemática Santa Eulalia de Barcelona. La boutique cuenta con 12 fragancias propias inspiradas en la ciudad condal que siguen elaborando con toda la fidelidad posible a la edición inicial.
Un experto en perfumería que pide permanecer en el anonimato declara que “no es raro que nos pidan que no retiremos una fragancia porque tiene un valor emocional muy fuerte. En mis cursos, por ejemplo, me preguntan muchísimo por Gucci Rush for Men”. Se trata de uno de los tres lanzamientos para hombre durante de los años de Tom Ford como director creativo y se ‘discontinuó’ hace ya años. “Es una fragancia que marcó a toda una generación: muchos la recuerdan porque la usaba alguien muy querido. Para otros, fue la primera fragancia de lujo que compraron o que les regalaron. Es mucho más que un perfume: es el recuerdo vivo de una etapa muy especial de su vida”, recalca el experto.
El recuerdo de un olor
La tecnología es fabulosa y regala gigas de recuerdos en tecnicolor. El olfato hace lo mismo, pero no ocupa espacio. De hecho, la ciencia ya ha demostrado que la potencia evocadora de la vista se limita a un 5% de la realidad. El oído se queda en un misero 2%. El olfato, en cambio, nos puede reavivar hasta el 35% de los recuerdos de un momento concreto.
Nenuco nos reconforta porque nos devuelve a la infancia; Chispas, Don Algodón o Azur de Puig nos catapultan a nuestra primera adolescencia; y Coppertone al protector solar de nuestros primeros baños en la playa. Por algo el olfato se conoce como ‘recuerdo proustiano’, un homenaje de la ciencia a Marcel Proust y su inmortal pasaje de la magdalena en su novela En busca del tiempo perdido.
Pero, ¿cómo es posible que las sensaciones olfativas dejen tamaña huella en la memoria? Los humanos tenemos neuronas en la parte superior de la nariz con unos 5 millones de receptores agrupados en 350 tipos distintos que nos permiten percibir millones de olores. Son las únicas neuronas en contacto con el exterior, perciben señales químicas (las moléculas olfativas) y las transforman en señales eléctricas que van por autopistas directas al cerebro. “No se procesan a través del tálamo como sucede con las imágenes que vemos con la vista, sino que conectan de forma directa con el sistema límbico y el hipocampo, las zonas del cerebro relacionadas con la gestión de los recuerdos y las emociones. Por así decirlo, las señales del olfato llegan al cerebro sin filtro”, añade López-Mascaraque.
Para colmo, no podemos evitar percibir olores al respirar y respirar es impepinable para seguir vivos. Así que tenemos un estímulo que somos incapaces de racionalizar y un sentido que no pide permiso para regalarnos aromas que, en según qué situaciones, pueden hacernos colapsar emocionalmente. “Mi primer novio llevaba Pure Blanc by Karen. Cada vez que me cruzo con alguien que lleva esa fragancia, me ruborizo como si volviera a tener 15 años. ¡Y llevo tres décadas felizmente casada con otra persona! Es una reacción que no puedo desconectar de mi mente”, apunta Judith Gross, vicepresidenta de comunicación en International Flavors & Fragrances (IFF), uno de los gigantes especializados en crear moléculas y fragancias para la industria de los perfumes.
El marketing de las fragancias que emocionan
Durante años las marcas lanzaban perfumes buscando la belleza de una fragancia bien compuesta. Se compraban porque transmitían una filosofía corporativa: la feminidad de Chanel, YSL o Dior, el lujo de Montblanc o la esencia familiar de Álvarez Gómez. Con el tiempo se asociaba una fragancia a unos valores y a la persona que la llevaba. Angelina Jolie reconoce que Mon Guerlain evoca los acordes clásicos de la polvera que siempre utilizaba su desaparecida madre para maquillarse. Una conexión emotiva que influyó en la decisión de la actriz para convertirse en imagen de esa fragancia.
El neuromarketing del nuevo siglo va más allá: ahora las fragancias nacen buscando estimular emociones porque sí. “Irressistible de Givenchy se diseñó con un extracto de rosa creado por LMR para IFF cuya fragancia se vincula a la felicidad. Para Rochas Girl se usó extracto de neroli con efectos relajantes”, detalla Gross.
Los valores de marca y las connotaciones humanas pasan a un segundo plano, eclipsados por las emociones individuales, mucho más potentes, profundas y estables a lo largo del tiempo. Un seguro de fidelidad por parte del cliente, del que se espera que lo siga comprando para seguir recibiendo su dosis de alegría.